September 2012 Archives

Política, políticos y democracia.

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Hoy en día la mayoría de la población está descontenta con la clase política, harta de sus desmanes, de sus discursos vacios, indignada con esos sueldos alejados, a años luz, del resto de la población, de sus prebendas, de sus malas gestiones, de los casos de corrupción, de su defensa, a ultranza, de los intereses personales y de partido por arriba de los que defienden ciudadanos y ciudadanas, de sufrir, hasta sangrar, las decisiones que toman en contra de los intereses del pueblo y de dar la mano al todopoderoso. Los errores de los políticos y de la banca no los puede pagar el pueblo sin más porque esas deudas odiosas las tienen que afrontar los causantes de las mismas.

         Está claro y demostrado que la política está presente desde el principio de los tiempos cuando el poder lo ostentaba el más fuerte y se ejercía de forma absolutista, o lo que es lo mismo que todo el poder se encontraba en manos de una misma persona que decidía sin contar con los gobernados. Todo cambió, a favor de las clases menos favorecidas, con los principios igualitarios y de mayor justicia de la Revolución Francesa. Con posterioridad a aquellas fechas han ido apareciendo multitud de definiciones de política que tienden a expresarla, en general, como el ejercicio del poder. Nos encontramos con definiciones que están muy presentes en nuestro actual sistema político, como por ejemplo la del francés Maurice Duverger que la interpreta como la "lucha o combate de individuos y grupos para conquistar el poder que los vencedores usarían en su provecho".

 Yo defiendo, y estoy convencido que es la más adecuada, aquella definición de política que enfatiza el sentido ético de la misma, es decir, utilizar el poder público para trabajar de forma provechosa para la totalidad. Yo no entiendo aquella política, como otros definen, como la que pone en práctica un gobierno que utiliza la coerción o la amenaza para lograr sus fines que, no necesariamente, son los del pueblo al que representan. Esta definición estaría en contra del principio fundamental de hacer política cual es el bien común, el bienestar de todos los ciudadanos y ciudadanas, en la medida de lo posible. Lo imperioso es el bien social y luego están las deudas y no al revés. No se puede esclavizar a un pueblo por mor de intereses de la banca o de los partidos que nos han llevado al caos. Serán ellos los que deban afrontar las consecuencias de sus despilfarros y de su mal gobierno porque fueron elegidos, por el resto de la ciudadanía, para representar nuestros intereses y no los suyos o los del poder del dinero.

Es necesario ahondar en lo que es la democracia y en tal sentido hay que saber que la democracia es una forma de organización del Estado en la que las decisiones colectivas son adoptadas por la ciudadanía mediante mecanismos de participación directa o indirecta que le confieren legitimidad a los representantes políticos. En sentido más amplio la democracia es una forma de convivencia social en la que los miembros son libres e iguales y las relaciones sociales se establecen de acuerdo a mecanismos contractuales. La democracia puede ser directa, es decir, cuando la decisión es adoptada directamente por los miembros del pueblo. En otras ocasiones puede darse la democracia indirecta o representativa que es cuando la decisión es adoptada por los representantes elegidos por el pueblo. Otro tipo de democracia sería la democracia participativa que se aplica al modelo político que facilita a los ciudadanos su capacidad de asociarse y organizarse de tal modo que puedan ejercer una influencia directa en las decisiones públicas o cuando se facilita a la ciudadanía amplios mecanismos plebiscitarios o  consulta en la que se somete una propuesta a votación para que los ciudadanos se manifiesten en contra o a favor. En el caso que nos ocupa actualmente, y viendo el malestar general en contra de la clase, nunca mejor dicho, política la solución es poner en práctica la democracia participativa porque así es la demanda que se escucha en las calles o en los muchísimos hogares que están pagando, muy caro, los errores y despilfarros de los que malgobiernan. La clase política debe dar un paso adelante y entrar en un debate, a fondo, sobre las razones que llevan a ciudadanos y ciudadanas a decir BASTA YA. Deben empezar a escucharse los buenos ejemplos pero, de momento, todo queda en un apoyo, desde la distancia, o en un necesario cambio que no se lleva a efecto. Las diferencias entre la clase política, alejada de la realidad y viviendo sin sufrir la crisis que nos asfixia, y el resto de la ciudadanía deben acabar y se debe comenzar, entre otras cuestiones, por hacer una revisión de sus ganancias, de sus patrimonios, de sus errores, de sus malas actuaciones que no deben ser olvidadas por la justicia. Ese debe ser el comienzo del fin de esta sinrazón que nos aplasta, de la creencia que son ilegítimas las acciones y medidas, así como los insensibles recortes, que lleva a cabo la clase política sin tener en cuenta el daño que suponen, que  nos hace gritar y expresarnos, que nos hace sangrar, que nos hace ser portada de periódicos en todo el mundo, que nos humilla, que nos indigna y que nos hace muy sensibles ante las injusticias que se están cometiendo, sobre todo, con las clases menos favorecidas.

¿Quiénes tienen la culpa?

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¿Quiénes tienen la culpa de la caótica situación actual? La respuesta es clara y rotunda porque en primer lugar es la clase dirigente la que debe asumir los errores que nos han llevado a sufrir esta agobiante e injusta crisis. Los compañeros indignados griegos denuncian, como es lógico, que los que tienen que pagar con la deuda son la clase política y los banqueros y tienen toda la razón. La clase dirigente debe asumir y, por ende, dar respuesta y soluciones a lo que ahora están pagando los griegos, sin ser los causantes y sin quererlo.

En nuestro entorno más inmediato las pretensiones de la banca de amasar dinero sin tener en cuenta las consecuencias que supondría dar aval a cualquiera que lo pidiera para llevar a cabo una labor, en principio, de fácil enriquecimiento de muchos que se lanzaron a aprovecharse del fenómeno inmobiliario también merece que se planteen dar respuesta a tanto despilfarro y a tanto deseo de crecimiento sin límite y sin vistas de futuro. Por una parte la clase política, en primer lugar, y por otro la irresponsabilidad de la banca, nos han llevado a pagar sus errores y sus deseos incontrolados de poder, político y económico, y es por tanto que deben ser ellos los que paguen todos los errores que se podían haber prevenido, y evitado, porque para ello tienen profesionales cualificados para llevar a cabo esa labor.

Está visto que hay que buscar la víctima propiciatoria a la que echar las culpas y contra la que todas las miras se viren, aunque sea una sutil y rastrera estrategia de los descerebrados de turno que no tienen ni pizca de sensibilidad y se atreven a soltar por sus pecaminosas bocazas notas injustas y parciales de calificación como, por poner un ejemplo, se está haciendo en materia educativa. Se intenta echar mierda, y nunca mejor dicho, sólo contra los docentes, que tenemos parte de culpa, y se olvida que la educación es un darse la mano la administración, la familia, los docentes y los propios alumnos. La respuesta ante tanto desacierto me la dio una madre ayer. El equipo directivo me comunicó que llamara a dicha madre para comentarle que su hija no iría a una actividad, que se ofrecía al alumnado como un reconocimiento a su buen hacer, por negarse a trabajar y ni tan siquiera abrir el libro. Hace meses la madre en cuestión vino a hablar con el que esto escribe y le comentó que tenía muchos problemas con su hija porque se negaba a todo y la tenía en manos de profesionales y lo mismo me manifestó su padre, que se encontraban hartos y sin respuesta y al borde de tirar la toalla. Les indiqué que había que tener mucha calma e intentar, desde todos los frentes, ayudar a su hija pero esta no se ha dejado ayudar y mantiene esa actitud de no querer hacer nada como  muestra de rebeldía y desánimo. Se ha hablado con ella y se le ha intentado motivar pero su actitud no cambia. Los padres me han comunicado que lo han intentado también pero el resultado ha sido el mismo. ¿Se imaginan la respuesta de la madre a la decisión de no premiar a su hija? ¡No estoy muy de acuerdo con no dejar ir a la actividad a mi hija! Ese no saber actuar no es de los profesores y sí de la propia familia, amén de los cargos educativos de la administración que lanzan balones fuera, a la desesperada, ante tanto problema que se les viene arriba. La respuesta educativa es arrimar el hombro entre todos e intentar ser menos pragmáticos y más eficaces.

En un libro, mejor dicho una joya, póstumo, publicado en Las Palmas en 1927, del autor Miguel Sarmiento(1876-1926), titulado "Lo que fui", que trata de las memorias de su niñez, en el capítulo dedicado a la escuela nos dice que en las escuelas se aburría y que nunca encontró a nadie que le explicara lo que era realmente la educación, haciendo de la institución algo frustrante y nada motivador. Echó de menos el cómo estudiar y todo se quedaba en la importancia dada a la memoria y en aprender sin más, sin buscar un para qué. Sí le daba mucha importancia al papel de la familia y su motivación la buscaba cuando en casa escuchaba, en boca de sus hermanas, madre y padre las palabras de reconocimiento que le impulsaban a seguir mejorando, todo aderezado con valores que estimulaban el respeto, la tolerancia y el sacrificio que suponía alcanzar logros en la vida. Recomiendo conocer la obra de este escritor grancanario, periodista y artista plástico, y de paso compartir la necesidad de que la educación es un sumar, de todas las partes implicadas, y no de restar y echar balones fuera para que los otros intentemos hacer paradas imposibles que sólo están al alcance de los mejores metas. Desde la Administración Educativa, el profesorado, la familia y el alumnado se deben hacer esfuerzos en ir juntos de la mano y no culparse unos a otros de lo que está sucediendo y como ejemplo el caso de la madre que ilustra gran parte de este escrito. Para poder dar lo mejor de cada uno de nosotros, en primer lugar, hay que sentirse feliz y motivado y no atosigado y acosado.

¿Quiénes tienen la culpa?

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¿Quiénes tienen la culpa de la caótica situación actual? La respuesta es clara y rotunda porque en primer lugar es la clase dirigente la que debe asumir los errores que nos han llevado a sufrir esta agobiante e injusta crisis. Los compañeros indignados griegos denuncian, como es lógico, que los que tienen que pagar con la deuda son la clase política y los banqueros y tienen toda la razón. La clase dirigente debe asumir y, por ende, dar respuesta y soluciones a lo que ahora están pagando los griegos, sin ser los causantes y sin quererlo.

En nuestro entorno más inmediato las pretensiones de la banca de amasar dinero sin tener en cuenta las consecuencias que supondría dar aval a cualquiera que lo pidiera para llevar a cabo una labor, en principio, de fácil enriquecimiento de muchos que se lanzaron a aprovecharse del fenómeno inmobiliario también merece que se planteen dar respuesta a tanto despilfarro y a tanto deseo de crecimiento sin límite y sin vistas de futuro. Por una parte la clase política, en primer lugar, y por otro la irresponsabilidad de la banca, nos han llevado a pagar sus errores y sus deseos incontrolados de poder, político y económico, y es por tanto que deben ser ellos los que paguen todos los errores que se podían haber prevenido, y evitado, porque para ello tienen profesionales cualificados para llevar a cabo esa labor.

Está visto que hay que buscar la víctima propiciatoria a la que echar las culpas y contra la que todas las miras se viren, aunque sea una sutil y rastrera estrategia de los descerebrados de turno que no tienen ni pizca de sensibilidad y se atreven a soltar por sus pecaminosas bocazas notas injustas y parciales de calificación como, por poner un ejemplo, se está haciendo en materia educativa. Se intenta echar mierda, y nunca mejor dicho, sólo contra los docentes, que tenemos parte de culpa, y se olvida que la educación es un darse la mano la administración, la familia, los docentes y los propios alumnos. La respuesta ante tanto desacierto me la dio una madre ayer. El equipo directivo me comunicó que llamara a dicha madre para comentarle que su hija no iría a una actividad, que se ofrecía al alumnado como un reconocimiento a su buen hacer, por negarse a trabajar y ni tan siquiera abrir el libro. Hace meses la madre en cuestión vino a hablar con el que esto escribe y le comentó que tenía muchos problemas con su hija porque se negaba a todo y la tenía en manos de profesionales y lo mismo me manifestó su padre, que se encontraban hartos y sin respuesta y al borde de tirar la toalla. Les indiqué que había que tener mucha calma e intentar, desde todos los frentes, ayudar a su hija pero esta no se ha dejado ayudar y mantiene esa actitud de no querer hacer nada como  muestra de rebeldía y desánimo. Se ha hablado con ella y se le ha intentado motivar pero su actitud no cambia. Los padres me han comunicado que lo han intentado también pero el resultado ha sido el mismo. ¿Se imaginan la respuesta de la madre a la decisión de no premiar a su hija? ¡No estoy muy de acuerdo con no dejar ir a la actividad a mi hija! Ese no saber actuar no es de los profesores y sí de la propia familia, amén de los cargos educativos de la administración que lanzan balones fuera, a la desesperada, ante tanto problema que se les viene arriba. La respuesta educativa es arrimar el hombro entre todos e intentar ser menos pragmáticos y más eficaces.

En un libro, mejor dicho una joya, póstumo, publicado en Las Palmas en 1927, del autor Miguel Sarmiento(1876-1926), titulado "Lo que fui", que trata de las memorias de su niñez, en el capítulo dedicado a la escuela nos dice que en las escuelas se aburría y que nunca encontró a nadie que le explicara lo que era realmente la educación, haciendo de la institución algo frustrante y nada motivador. Echó de menos el cómo estudiar y todo se quedaba en la importancia dada a la memoria y en aprender sin más, sin buscar un para qué. Sí le daba mucha importancia al papel de la familia y su motivación la buscaba cuando en casa escuchaba, en boca de sus hermanas, madre y padre las palabras de reconocimiento que le impulsaban a seguir mejorando, todo aderezado con valores que estimulaban el respeto, la tolerancia y el sacrificio que suponía alcanzar logros en la vida. Recomiendo conocer la obra de este escritor grancanario, periodista y artista plástico, y de paso compartir la necesidad de que la educación es un sumar, de todas las partes implicadas, y no de restar y echar balones fuera para que los otros intentemos hacer paradas imposibles que sólo están al alcance de los mejores metas. Desde la Administración Educativa, el profesorado, la familia y el alumnado se deben hacer esfuerzos en ir juntos de la mano y no culparse unos a otros de lo que está sucediendo y como ejemplo el caso de la madre que ilustra gran parte de este escrito. Para poder dar lo mejor de cada uno de nosotros, en primer lugar, hay que sentirse feliz y motivado y no atosigado y acosado.

¿Quiénes tienen la culpa?

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¿Quiénes tienen la culpa de la caótica situación actual? La respuesta es clara y rotunda porque en primer lugar es la clase dirigente la que debe asumir los errores que nos han llevado a sufrir esta agobiante e injusta crisis. Los compañeros indignados griegos denuncian, como es lógico, que los que tienen que pagar con la deuda son la clase política y los banqueros y tienen toda la razón. La clase dirigente debe asumir y, por ende, dar respuesta y soluciones a lo que ahora están pagando los griegos, sin ser los causantes y sin quererlo.

En nuestro entorno más inmediato las pretensiones de la banca de amasar dinero sin tener en cuenta las consecuencias que supondría dar aval a cualquiera que lo pidiera para llevar a cabo una labor, en principio, de fácil enriquecimiento de muchos que se lanzaron a aprovecharse del fenómeno inmobiliario también merece que se planteen dar respuesta a tanto despilfarro y a tanto deseo de crecimiento sin límite y sin vistas de futuro. Por una parte la clase política, en primer lugar, y por otro la irresponsabilidad de la banca, nos han llevado a pagar sus errores y sus deseos incontrolados de poder, político y económico, y es por tanto que deben ser ellos los que paguen todos los errores que se podían haber prevenido, y evitado, porque para ello tienen profesionales cualificados para llevar a cabo esa labor.

Está visto que hay que buscar la víctima propiciatoria a la que echar las culpas y contra la que todas las miras se viren, aunque sea una sutil y rastrera estrategia de los descerebrados de turno que no tienen ni pizca de sensibilidad y se atreven a soltar por sus pecaminosas bocazas notas injustas y parciales de calificación como, por poner un ejemplo, se está haciendo en materia educativa. Se intenta echar mierda, y nunca mejor dicho, sólo contra los docentes, que tenemos parte de culpa, y se olvida que la educación es un darse la mano la administración, la familia, los docentes y los propios alumnos. La respuesta ante tanto desacierto me la dio una madre ayer. El equipo directivo me comunicó que llamara a dicha madre para comentarle que su hija no iría a una actividad, que se ofrecía al alumnado como un reconocimiento a su buen hacer, por negarse a trabajar y ni tan siquiera abrir el libro. Hace meses la madre en cuestión vino a hablar con el que esto escribe y le comentó que tenía muchos problemas con su hija porque se negaba a todo y la tenía en manos de profesionales y lo mismo me manifestó su padre, que se encontraban hartos y sin respuesta y al borde de tirar la toalla. Les indiqué que había que tener mucha calma e intentar, desde todos los frentes, ayudar a su hija pero esta no se ha dejado ayudar y mantiene esa actitud de no querer hacer nada como  muestra de rebeldía y desánimo. Se ha hablado con ella y se le ha intentado motivar pero su actitud no cambia. Los padres me han comunicado que lo han intentado también pero el resultado ha sido el mismo. ¿Se imaginan la respuesta de la madre a la decisión de no premiar a su hija? ¡No estoy muy de acuerdo con no dejar ir a la actividad a mi hija! Ese no saber actuar no es de los profesores y sí de la propia familia, amén de los cargos educativos de la administración que lanzan balones fuera, a la desesperada, ante tanto problema que se les viene arriba. La respuesta educativa es arrimar el hombro entre todos e intentar ser menos pragmáticos y más eficaces.

En un libro, mejor dicho una joya, póstumo, publicado en Las Palmas en 1927, del autor Miguel Sarmiento(1876-1926), titulado "Lo que fui", que trata de las memorias de su niñez, en el capítulo dedicado a la escuela nos dice que en las escuelas se aburría y que nunca encontró a nadie que le explicara lo que era realmente la educación, haciendo de la institución algo frustrante y nada motivador. Echó de menos el cómo estudiar y todo se quedaba en la importancia dada a la memoria y en aprender sin más, sin buscar un para qué. Sí le daba mucha importancia al papel de la familia y su motivación la buscaba cuando en casa escuchaba, en boca de sus hermanas, madre y padre las palabras de reconocimiento que le impulsaban a seguir mejorando, todo aderezado con valores que estimulaban el respeto, la tolerancia y el sacrificio que suponía alcanzar logros en la vida. Recomiendo conocer la obra de este escritor grancanario, periodista y artista plástico, y de paso compartir la necesidad de que la educación es un sumar, de todas las partes implicadas, y no de restar y echar balones fuera para que los otros intentemos hacer paradas imposibles que sólo están al alcance de los mejores metas. Desde la Administración Educativa, el profesorado, la familia y el alumnado se deben hacer esfuerzos en ir juntos de la mano y no culparse unos a otros de lo que está sucediendo y como ejemplo el caso de la madre que ilustra gran parte de este escrito. Para poder dar lo mejor de cada uno de nosotros, en primer lugar, hay que sentirse feliz y motivado y no atosigado y acosado.

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