¿Quiénes tienen la culpa?

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¿Quiénes tienen la culpa de la caótica situación actual? La respuesta es clara y rotunda porque en primer lugar es la clase dirigente la que debe asumir los errores que nos han llevado a sufrir esta agobiante e injusta crisis. Los compañeros indignados griegos denuncian, como es lógico, que los que tienen que pagar con la deuda son la clase política y los banqueros y tienen toda la razón. La clase dirigente debe asumir y, por ende, dar respuesta y soluciones a lo que ahora están pagando los griegos, sin ser los causantes y sin quererlo.

En nuestro entorno más inmediato las pretensiones de la banca de amasar dinero sin tener en cuenta las consecuencias que supondría dar aval a cualquiera que lo pidiera para llevar a cabo una labor, en principio, de fácil enriquecimiento de muchos que se lanzaron a aprovecharse del fenómeno inmobiliario también merece que se planteen dar respuesta a tanto despilfarro y a tanto deseo de crecimiento sin límite y sin vistas de futuro. Por una parte la clase política, en primer lugar, y por otro la irresponsabilidad de la banca, nos han llevado a pagar sus errores y sus deseos incontrolados de poder, político y económico, y es por tanto que deben ser ellos los que paguen todos los errores que se podían haber prevenido, y evitado, porque para ello tienen profesionales cualificados para llevar a cabo esa labor.

Está visto que hay que buscar la víctima propiciatoria a la que echar las culpas y contra la que todas las miras se viren, aunque sea una sutil y rastrera estrategia de los descerebrados de turno que no tienen ni pizca de sensibilidad y se atreven a soltar por sus pecaminosas bocazas notas injustas y parciales de calificación como, por poner un ejemplo, se está haciendo en materia educativa. Se intenta echar mierda, y nunca mejor dicho, sólo contra los docentes, que tenemos parte de culpa, y se olvida que la educación es un darse la mano la administración, la familia, los docentes y los propios alumnos. La respuesta ante tanto desacierto me la dio una madre ayer. El equipo directivo me comunicó que llamara a dicha madre para comentarle que su hija no iría a una actividad, que se ofrecía al alumnado como un reconocimiento a su buen hacer, por negarse a trabajar y ni tan siquiera abrir el libro. Hace meses la madre en cuestión vino a hablar con el que esto escribe y le comentó que tenía muchos problemas con su hija porque se negaba a todo y la tenía en manos de profesionales y lo mismo me manifestó su padre, que se encontraban hartos y sin respuesta y al borde de tirar la toalla. Les indiqué que había que tener mucha calma e intentar, desde todos los frentes, ayudar a su hija pero esta no se ha dejado ayudar y mantiene esa actitud de no querer hacer nada como  muestra de rebeldía y desánimo. Se ha hablado con ella y se le ha intentado motivar pero su actitud no cambia. Los padres me han comunicado que lo han intentado también pero el resultado ha sido el mismo. ¿Se imaginan la respuesta de la madre a la decisión de no premiar a su hija? ¡No estoy muy de acuerdo con no dejar ir a la actividad a mi hija! Ese no saber actuar no es de los profesores y sí de la propia familia, amén de los cargos educativos de la administración que lanzan balones fuera, a la desesperada, ante tanto problema que se les viene arriba. La respuesta educativa es arrimar el hombro entre todos e intentar ser menos pragmáticos y más eficaces.

En un libro, mejor dicho una joya, póstumo, publicado en Las Palmas en 1927, del autor Miguel Sarmiento(1876-1926), titulado "Lo que fui", que trata de las memorias de su niñez, en el capítulo dedicado a la escuela nos dice que en las escuelas se aburría y que nunca encontró a nadie que le explicara lo que era realmente la educación, haciendo de la institución algo frustrante y nada motivador. Echó de menos el cómo estudiar y todo se quedaba en la importancia dada a la memoria y en aprender sin más, sin buscar un para qué. Sí le daba mucha importancia al papel de la familia y su motivación la buscaba cuando en casa escuchaba, en boca de sus hermanas, madre y padre las palabras de reconocimiento que le impulsaban a seguir mejorando, todo aderezado con valores que estimulaban el respeto, la tolerancia y el sacrificio que suponía alcanzar logros en la vida. Recomiendo conocer la obra de este escritor grancanario, periodista y artista plástico, y de paso compartir la necesidad de que la educación es un sumar, de todas las partes implicadas, y no de restar y echar balones fuera para que los otros intentemos hacer paradas imposibles que sólo están al alcance de los mejores metas. Desde la Administración Educativa, el profesorado, la familia y el alumnado se deben hacer esfuerzos en ir juntos de la mano y no culparse unos a otros de lo que está sucediendo y como ejemplo el caso de la madre que ilustra gran parte de este escrito. Para poder dar lo mejor de cada uno de nosotros, en primer lugar, hay que sentirse feliz y motivado y no atosigado y acosado.

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This page contains a single entry by Juan Francisco Santana Domínguez published on September 6, 2012 2:14 PM.

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