Política, políticos y democracia.

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Hoy en día la mayoría de la población está descontenta con la clase política, harta de sus desmanes, de sus discursos vacios, indignada con esos sueldos alejados, a años luz, del resto de la población, de sus prebendas, de sus malas gestiones, de los casos de corrupción, de su defensa, a ultranza, de los intereses personales y de partido por arriba de los que defienden ciudadanos y ciudadanas, de sufrir, hasta sangrar, las decisiones que toman en contra de los intereses del pueblo y de dar la mano al todopoderoso. Los errores de los políticos y de la banca no los puede pagar el pueblo sin más porque esas deudas odiosas las tienen que afrontar los causantes de las mismas.

         Está claro y demostrado que la política está presente desde el principio de los tiempos cuando el poder lo ostentaba el más fuerte y se ejercía de forma absolutista, o lo que es lo mismo que todo el poder se encontraba en manos de una misma persona que decidía sin contar con los gobernados. Todo cambió, a favor de las clases menos favorecidas, con los principios igualitarios y de mayor justicia de la Revolución Francesa. Con posterioridad a aquellas fechas han ido apareciendo multitud de definiciones de política que tienden a expresarla, en general, como el ejercicio del poder. Nos encontramos con definiciones que están muy presentes en nuestro actual sistema político, como por ejemplo la del francés Maurice Duverger que la interpreta como la "lucha o combate de individuos y grupos para conquistar el poder que los vencedores usarían en su provecho".

 Yo defiendo, y estoy convencido que es la más adecuada, aquella definición de política que enfatiza el sentido ético de la misma, es decir, utilizar el poder público para trabajar de forma provechosa para la totalidad. Yo no entiendo aquella política, como otros definen, como la que pone en práctica un gobierno que utiliza la coerción o la amenaza para lograr sus fines que, no necesariamente, son los del pueblo al que representan. Esta definición estaría en contra del principio fundamental de hacer política cual es el bien común, el bienestar de todos los ciudadanos y ciudadanas, en la medida de lo posible. Lo imperioso es el bien social y luego están las deudas y no al revés. No se puede esclavizar a un pueblo por mor de intereses de la banca o de los partidos que nos han llevado al caos. Serán ellos los que deban afrontar las consecuencias de sus despilfarros y de su mal gobierno porque fueron elegidos, por el resto de la ciudadanía, para representar nuestros intereses y no los suyos o los del poder del dinero.

Es necesario ahondar en lo que es la democracia y en tal sentido hay que saber que la democracia es una forma de organización del Estado en la que las decisiones colectivas son adoptadas por la ciudadanía mediante mecanismos de participación directa o indirecta que le confieren legitimidad a los representantes políticos. En sentido más amplio la democracia es una forma de convivencia social en la que los miembros son libres e iguales y las relaciones sociales se establecen de acuerdo a mecanismos contractuales. La democracia puede ser directa, es decir, cuando la decisión es adoptada directamente por los miembros del pueblo. En otras ocasiones puede darse la democracia indirecta o representativa que es cuando la decisión es adoptada por los representantes elegidos por el pueblo. Otro tipo de democracia sería la democracia participativa que se aplica al modelo político que facilita a los ciudadanos su capacidad de asociarse y organizarse de tal modo que puedan ejercer una influencia directa en las decisiones públicas o cuando se facilita a la ciudadanía amplios mecanismos plebiscitarios o  consulta en la que se somete una propuesta a votación para que los ciudadanos se manifiesten en contra o a favor. En el caso que nos ocupa actualmente, y viendo el malestar general en contra de la clase, nunca mejor dicho, política la solución es poner en práctica la democracia participativa porque así es la demanda que se escucha en las calles o en los muchísimos hogares que están pagando, muy caro, los errores y despilfarros de los que malgobiernan. La clase política debe dar un paso adelante y entrar en un debate, a fondo, sobre las razones que llevan a ciudadanos y ciudadanas a decir BASTA YA. Deben empezar a escucharse los buenos ejemplos pero, de momento, todo queda en un apoyo, desde la distancia, o en un necesario cambio que no se lleva a efecto. Las diferencias entre la clase política, alejada de la realidad y viviendo sin sufrir la crisis que nos asfixia, y el resto de la ciudadanía deben acabar y se debe comenzar, entre otras cuestiones, por hacer una revisión de sus ganancias, de sus patrimonios, de sus errores, de sus malas actuaciones que no deben ser olvidadas por la justicia. Ese debe ser el comienzo del fin de esta sinrazón que nos aplasta, de la creencia que son ilegítimas las acciones y medidas, así como los insensibles recortes, que lleva a cabo la clase política sin tener en cuenta el daño que suponen, que  nos hace gritar y expresarnos, que nos hace sangrar, que nos hace ser portada de periódicos en todo el mundo, que nos humilla, que nos indigna y que nos hace muy sensibles ante las injusticias que se están cometiendo, sobre todo, con las clases menos favorecidas.

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