Hace ya varias semanas que no escribo y no se trata de que no encuentre temas sobre los que escribir, que los hay y en demasía, y sí que he sufrido la falta de tiempo y la visita inoportuna e inesperada de la tristeza. No encuentro el momento de sentarme ante el ordenador para dar rienda suelta a la mente que, de manera espontánea, se dedica a dar forma a lo que se me apetece compartir. Unas veces abordando temas de interés general y en otras ocasiones de un calado más selectivo, más intimista. Lo cierto es que necesitaba esta vuelta para sentirme, en cierto modo, conectado a otros puntos de vista, a disfrutar del placer de que otras personas puedan leerte o, simplemente, a sentirte algo más vivo. De entrada quería escribir, precisamente, sobre el bien de la vida aunque a algunas personas de mi entorno les he oído, estos días, manifestar lo poco agradable que es, de forma indudable, impulsados por hechos a los que su mente no ha sabido encontrar una explicación.
No es lógico que una chica de diecisiete años pierda la vida por los caprichos de un mar embravecido que ansiaba llamar a su abrigo a un ser humano que intentaba disfrutar al máximo las vacaciones de Semana Santa. De repente todo se truncó y el rosa y el blanco, el arte y la música, el baile y el juego, la amistad y el amor dieron paso, sin nadie desearlo, a la oscuridad, la tristeza, el llanto y la desesperación. Una de nuestras alumnas de bachillerato, Claudia Noda, nos dejaba sin poder despedirse y como resultado una comunidad educativa sumida en el llanto, en la tristeza y en el abatimiento. Te preguntas porqué y no encuentras respuestas y sí silencio. Tu mente y tu cuerpo sienten la desazón y el desgarro de una familia rota y golpeada de forma cruel y nos hacemos conscientes que de nuestras manos tiran, al unísono, la vida y la muerte y, en ocasiones, la segunda se erige en vencedora y tenemos que plegarnos ante su fuerza arrolladora e irremediable a pesar de que nadie desea abrazarla y sí huir de ella en cualquier dirección.
De forma inmediata se sumaron al insoportable dolor las noticias que llegaban desde Marruecos, concretamente desde Marrakech. En el restaurante Argana, situado en la monumental Plaza de Yamaa el Fna, de aquella hermosa ciudad, hacía explosión una bomba que se llevaba consigo a personas inocentes que, al igual que Claudia, disfrutaban de sus vacaciones sin imaginarse que en aquel lugar se terminaban sus proyectos de vida. Hacía tan sólo unos meses que el que escribe, junto a parte de sus seres queridos, almorzaba en aquel restaurante, atendido por un gentil camarero. De forma curiosa nos sentamos en la segunda planta y en el mismo lugar donde ocurrió la catástrofe. Nos debemos sentir afortunados porque la persona que llevó a cabo esa masacre no eligiera aquellas fechas y entristecidos porque otros seres humanos ven cegadas sus vidas por un fanatismo bestial e inducido por ideas anacrónicas y asesinas. Es una pena que las creencias tengan más valor y fuerza que el valor que siempre debe primar, el de la vida.
Maldito mar, maldito sino, maldito asesino. ¿Por qué a ellos y no a otros? ¿Por qué se tuvo que ir, tan apresuradamente, Claudia Noda? Los caprichos y la victoria de la guadaña entran en juego y en ocasiones la intención de arrastrarnos se convierte en una realidad, terrible e indeseable, pero siempre posible.
Leave a comment