De repente y sin proponérmelo me encuentro con un libro, que jugaba al escondite en mi biblioteca, uno de los muchos que esperaba que le dedicara una lectura acorde al trabajo con el que fue elaborado. Hasta aquí parece que todo normal porque en muchas bibliotecas suceden esos hechos de despiste, olvido o simplemente que en su momento compraste, por diversos motivos. En esta ocasión la respuesta es que el tema del continente africano me llama poderosamente la atención y me incita a exponer lo que se me viene a la cabeza para, al menos, no me asalte el sentimiento de ocultamiento y poder expresar lo que personalmente pienso.
Para empezar hemos de irnos a un artículo de Mario Vargas Llosa, publicado en El País el día 28 de diciembre del año 2008, titulado La aventura colonial, se podía leer una denuncia de las atrocidades cometidas, entre otros, por la administración belga, al servicio del rey Leopoldo II. Se citan los atropellos y los asesinatos en masa de la población del Congo a manos de los colonialistas belgas. Se escribe sobre los europeos que se embarcan en la conquista de América aunque a aquellos parece ser que les amparaba la justificación religiosa y moral de unos hechos frente a la inmoralidad llevada a cabo en el Congo cuando los dos hechos son igual de inmorales. Evidentemente se trata de unos hechos que hay que situar en el tiempo histórico pero ello no nos puede hacer obviar el exterminio y los abusos cometidos, a base de cruz y espada.
Volviendo al escrito de Mario Vargas Llosa, La aventura colonial, también se nos habla de Hitler, que en su obra Mi lucha hizo relación a colonias para instalar los excedentes demográficos del pueblo alemán, a imitación de lo que habían hecho otras potencias europeas en el pasado. Pasa a una crítica feroz, muy merecida, contra de Leopoldo II de Bélgica, en la que nos explica el regalo que se hizo al mencionado monarca por parte de catorce países, entre ellos Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania y Francia, en el mes de febrero del año 1885, del territorio del Congo, un país ochenta veces mayor que la metrópoli belga, según escribe el autor del artículo. Aquella concesión se hizo para que "abriera ese territorio al comercio, aboliera la esclavitud y cristianizara a los salvajes". Este eslogan etnocéntrico, interesado y arrogante que disminuye la condición de los seres humanos era, en aquellos momentos de finales del siglo XIX, muy bien visto. Para llevar aquella barbarie a cabo Leopoldo II contrató los servicios del famoso explorador Henry Morton Stanley que con sus mesnadas recorrió y asoló aquel virgen territorio, en los años 1884 y 1885, consiguiendo que los jefes indígenas firmaran su sentencia de muerte y las de sus pueblos, sin saberlo, porque iban a perder sus tierras y su libertad. Aquella mentira fue acompañada de regalos de baratijas a los pobladores de aquellas tierras porque, a cambio, la obtención del caucho iba a llevar consigo el enriquecimiento de los intrusos que lo lograban por los medios más horrorosos, latigazos, amputaciones de manos, en el mejor de los casos, y el asesinato en masa de poblaciones enteras. Atrocidades cometidas por militares, policías y funcionarios sin escrúpulos, en contra de una población que apenas se resistió, en el continente que tanto ha sufrido por la actuación de mentes sin conciencia al servicio del poder económico. Dos hombres, Leopoldo II y Stanley, que debieran ocupar las páginas de los libros de historia más por sus atrocidades que por sus méritos, que dudo mucho que los tuvieran.
Sigue Vargas Llosa, en su artículo, haciendo alusión a los primeros que denunciaron aquel magnicidio de los esbirros de Leopoldo II, lo compara con el Holocausto Nazi, porque en menos de veinte años se asesinaron a más de diez millones de seres humanos en el Congo. Años antes de la mencionada publicación, en el año 2001, Vargas Llosa hizo el prólogo de un libro-denuncia sobre las atrocidades llevadas a cabo en el Congo por la administración de Leopoldo II de Bélgica, que recibió premios como el Duff Cooper en Inglaterra y también fue finalista en el Premio National Book Critics Circle de Estados Unidos. Dicho libro se titula "El fantasma del rey Leopoldo" y su autor es Adam Hochschild, un neoyorkino nacido en 1942. El prólogo de dicho libro está a cargo de Mario Vargas Llosa que escribe acerca de lo sucedido en el Congo: "A quienes creen que exagero, y al resto del mundo, ruego que lean a Nearl Ascheson o un libro más reciente, publicado en Estados Unidos el año pasado y que un feliz azar puso en mis manos, El fantasma del rey Leopoldo, de Adam Hochschild. Así tendrán una noción muy concreta y gráfica de los estragos del colonialismo y serán más comprensivos cando se escandalicen con la anarquía crónica y los galimatías políticos en que se debate buen número de repúblicas africanas.
En el curso de un viaje en avión, el historiador Adam Hochschil se encontró con una cita de Mark Twain en la que el autor de las Aventuras de Huckleberry Finn aseguraba que el régimen impuesto por Leopoldo II al Estado Libre del Congo había exterminado entre cinco y ocho millones de nativos. Picado por la curiosidad y cierto espanto, inició una investigación que, muchos años después, ha culminado en este notable documento sobre la crueldad y la codicia...Pero no sólo hay criminales y víctimas...Hay también, por fortuna para la especie humana, seres que la redimen, como...Roger Casement y el belga Morel".
Es el 30 de octubre del año 2011 cuando podemos leer en la prensa que el escritor peruano Mario Vargas Llosa había terminado la novela que le había supuesto más de dos años de trabajo "El sueño del celta". En el mismo artículo se hacía alusión al desconocimiento de Roger Casement en el Congo o en Perú a pesar de sus grandes éxitos pero, en mi opinión, le faltó a Vargas Llosa comentar, en la prensa, que conocía a este personaje, de entre otros posibles trabajos, desde muchos años atrás cuando prologó, y leyó, la obra El fantasma del rey Leopoldo de Adam Hochschild, en la que se escribía, y se podía ver una fotografía, de la generosidad y el trabajo solidario de Roger Casement.
Curiosamente en los agradecimientos de su magnífica obra El sueño del celta tampoco cita Vargas Llosa a Adam Hochschild y, en mi modesta opinión, debería haberlo mencionado porque creo que a través de esa extraordinaria obra, fundamentalmente, pudo conocer a Roger Casement, hoy ya célebre, no sólo por su lucha y hechos altruistas, sino por ser el protagonista de El sueño del celta.
No podemos conocer a Roger Casement sólo por su amistad con el célebre escritor polaco Joseph Conrad, autor de En el corazón de las tinieblas, que fue inspirada y ambientada en el Congo que el mismo Conrad había visitado en tiempos de Leopoldo II, o por la ya mencionada novela de Vargas Llosa sino que me parece que la obra de Adam Hochschild debe ser un referente en la denuncia de las atrocidades que se cometieron en el Congo Belga y como una puerta abierta a las personas de Casement y Morel, ambos personajes de la novela de Vargas Llosa, que denunciaron en su momento con riesgo, y con una gran valentía, lo que estaba sucediendo en el Congo del insensible y sanguinario, aunque no se manchara directamente las manos, Leopoldo II.
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