Anoche, cuando me enteré, no salía de mi asombro y mis concepciones cambiaron, de forma inmediata. Críticas y formas de pensar en torno a la religión, en este caso de la cristiana de Roma, se fueron al cajón de los olvidos y mi aplauso y mi admiración fueron la seña de identidad de una serie de actos que llevé a cabo, fundamentalmente el pedir disculpas al contemplar lo equivocado que estaba en mis tesis religiosas. La actitud del Papa y de los obispos me llenaron de emoción y me fui a la primera iglesia, cercana a mi casa, en la que me dediqué a hablar con el sacerdote de turno, que evidentemente no me conocía, le transmití mi reconocimiento y mi admiración por lo que había hecho el Papa y sus obispos. Aquella sesión, a los grandes museos de todo el mundo, de parte de las obras de arte del Vaticano, supuso terminar con los problemas de Somalia y el Cuerno de África, debido a que esa especie de arrendamiento o sesión temporal posibilitaron una serie de reformas y de llegada de infraestructuras, desde todos los lugares del Planeta, a la zona más pobre del continente africano. El dinero necesario surgió, a borbotones, desde las grandes fortunas y de los museos que se disputaron el poder disponer de obras de arte hasta ahora nunca vistas en sus salones. El público, imitando a los que en otras ocasiones son inimitables, hizo colas que se perdieron por las grandes manzanas y, como si se tratara de una gran serpiente, se movía, muy lentamente, desde la mañana a la noche pagando por ver, desde cerca, una obra de Miguel Ángel, de Rafael Sanzio o de Leonardo, por citar a los más demandados de los miles de artistas que se desplazaron, gozosos, desde sus lugares de residencia habitual.
Aquel gesto solidario y humanitario del Papa y la Iglesia hizo que muchos siguieran su ejemplo y el Presidente americano, haciendo honor a su Premio Nobel, ordenó no llevar a cabo un proyecto de dos aviones de caza y un barco que se desplazaría por el mundo, en auxilio de los que los que precisaran de ayuda humanitaria, que supuso un ahorro, de millones de dólares, con lo que se llevó a cabo una llegada masiva de alimentos y de pequeñas barcas para que los somalíes se aventuraran en el mar que bañaba la gran costa de Somalia y cambiaran sus habituales costumbres económicas. Listas de futbolistas y de cantantes se sumaron para no hacer que el resto de humanos les señalaran, esta vez, con saña y desprecio y no con la babosa reverencia que, a diario, perciben.
Francia, Inglaterra y, sobre todo, Italia, que antaño habían explotado la zona y de la que sacaron cuantiosos beneficios, se pusieron al servicio de la población afectada por el monstruo del hambre y, poco a poco, se retransmitieron, por todos los medios informativos, las imágenes de la llegada de alimentos y de todo lo necesario para que millones de seres humanos no sufrieran lo que están sufriendo. La gente, al contemplar tanta solidaridad, se sumaba con pequeñas cantidades de dinero que hicieron que los bancos abrieran sus puertas en horarios no habituales.
El despertador, ¡maldito artefacto!, terminó con la felicidad y con la satisfacción y con el compromiso y con el pensar que todos los seres humanos tienen eso que se denomina HUMANIDAD. A mis ojos asomaran unas lágrimas de rechazo y de indignación y una frustración y un no entender la forma en que este mundo, tan insolidario en muchos de los que lo pueblan, no fuera capaz de salvar vidas inocentes y que se volcara con los necesitados en vez de dedicarse a mirar a otro sitio y olvidarse que este estado es sólo pasajero y al final nada nos llevamos. Lo cierto es que lo imposible es posible y sólo hace falta dejarse llevar y contemplar, aunque en muchos aparezcan esas lágrimas no deseadas, la cruda realidad que deben afrontar millones de seres humanos que se sienten indefensos y se pliegan al poder de esa bestia, indeseable e insensible, que se llama INDIFERENCIA.
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