Amor eterno.

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Vivían en un lugar en el que, por las características geográficas y por las del poder del dinero y el de la procedencia de las familias, se encontraban alejados por eso que llamaban categoría social. Ella residía en los alrededores de la carreta general que atravesaba aquel pueblo, señero dónde los haya, rancio y cargado de anécdotas e historias. Él, sin embargo, vivía en el lado contrario, en dónde sin dejar de ser  aquel lugar añejo e histórico, más si cabe, se encontraba rodeado de mayor humildad, de más sencillez, de más sentimiento de vecindad y apego al entorno. La humildad de sus pobladores y la pobreza, de algunos de sus semejantes, hacía que aquel pueblo se dividiera, de forma tajante, en los pobres y los ricos, los poderosos y los humildes, los trabajadores y los amos.

Todas aquellas diferencias, que alejaban y posicionaban al resto, a ellos parecía que les acercaba muchísimo más. Creció, en aquella pareja, el amor juvenil que todo lo puede y buscaban la manera para esquivar las inquisidoras miradas, los reproches y la violencia, física y psicológica. Jugaban a ser escaladores y edificio alto que se encontraban para ellos era como culminar la subida al cielo, al paraíso en dónde disfrutaban al máximo de lo posible y de lo no posible. Jadeantes llegaban a aquellas protectoras azoteas, a aquellas consentidoras escaleras y los besos y abrazos comenzaban a entrar en un juego vertiginoso y apasionado que hacía que los jóvenes y bellos cuerpos se transformaran en uno solo, fusionados hasta más no poder y así pasaban las horas que han quedado marcadas a fuego en la memoria de mi buen amigo.

Estamos ante una de aquellas historias de amor imposibles de olvidar, que han traspasado la frontera del tiempo y de la vida misma. Me comentaba que había bebido, aquella tarde, para hacer posible lo imposible. Con emoción y lágrimas en sus ojos me comentó que a pesar de haber realizado su vida, de haber tenido la posibilidad de formar una familia, el amor prohibido seguía siendo el auténtico y verdadero amor. Tanto que, a pesar del paso de los años, el tacto, la sonrisa, los besos se hacían presentes una y otra vez. Se trataba de un olvido imposible y además, sin ninguna duda, siempre lo quiso tener presente. Nunca se había ido de su lado porque su aroma y su presencia eran requeridos a cada instante, con cada respiración, con cualquier sonrisa...allí estaba ella y siempre seguiría a su lado.

Pasaron los años sin poder evitarlos pero hoy, una vez más, he venido a verla. Me dijo que ella se encontraba muy cerca y me invitó a que le acompañara. Se seguían viendo a escondidas. Después de unos minutos nos acercamos a su morada. El olor a flores silvestres nos embriagaba y nos invitaba a aspirar, profundamente, como si quisiera darnos la bienvenida. Aquí está ella, me dijo. Murió hace unos años pero sigue conmigo, muy junto a mí. Aquella era su historia de amor, dura y a la vez dulce, imposible y a  la vez real como el sonido del viento. La quise, me dijo, más que a nada en el mundo y sigo queriéndola de la misma forma. Nos arrebataron la posibilidad de formar juntos el hogar que deseábamos pero no han podido evitar que los sentimientos perduren más allá de lo que pudieron imaginar. Esta es la historia de mi amor, siguió diciéndome, de mi gran amor, del amor eterno.

Aquella narración, tan sentida, me impulso a escribirla, a mi manera, como regalo de compromiso. Cerraba los ojos y parecía que la besaba. Me supongo que ese amor continuará siempre y que el pasar al estado de la no materia ambos se podrán encontrar y nadie ni nada impedirá su deseado encuentro y el disfrute de aquel juvenil compromiso. Los prejuicios y las diferencias sociales hicieron que aquel deseo se convirtiera en un amor para la eternidad y eso no todos lo pueden cantar y contar. Pocos amores logran traspasar las fronteras del tiempo y este es uno de ellos.  Nos alejamos del cementerio, sin dejar de hablar de su amada, y su voz se fue quebrando y el silencio se hizo presente. Nos dimos la mano y un abrazo. No hicieron falta más palabras y, presenciando su partida, me quedé en aquel lugar mágico y, rodeado del silencio, alguien me tocó el hombro y me invitó a sentarme, entre aquella hermosa y olorosa floresta. Quería contarme su tierna historia de amor.

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