¡Qué hermoso que la gente se pueda expresar libremente! Desgraciadamente no en todos los lugares del planeta se puede llevar a cabo una protesta hacia los que mal gobiernan sin que la integridad física de los que se manifiestan no esté en peligro. En un artículo reciente criticaba la acción policial en contra de los manifestantes y hoy critico a aquellos que, aprovechándose de un deseo solidario y de mejora social, ponen en práctica una violencia que a nadie convence pero hay que matizar que los violentos no son representativos de un movimiento de bien y de solidaridad y que sólo representan un anacronismo minoritario que hay que desterrar de una forma definitiva.
No podemos hacer caso a los interesados que levantan la voz advirtiendo que la democracia está en peligro porque no se trata de nada de eso. Muchos de ellos defienden, con uñas y dientes y con desfachatez, el pesebrismo que les aporta el bienestar. Aquí no se trata de poner en cuestión las instituciones democráticas ni el poder de la democracia sino a los que, de forma equivocada e interesada, forman parte de ella. Tampoco es cuestión, como quieren hacer ver algunos, de un movimiento político de izquierdas porque se trata, simple y llanamente, de personas de diferentes opciones, creencias e ideologías que están hartos y hastiados de una clase política que forma una élite social a la que casi nadie puede poner freno en sus decisiones partidistas e interesadas y a los sueldos que están muy alejados de los del resto de la sociedad que les ha votado. Digo que casi nadie pone freno porque sí que hay un poder que les pone el freno, el del dinero y el de una clase endiosada que son los que manejan el teatro de títeres políticos al servicio de la banca y del gran poder en la sombra que mueve los hilos a su antojo y siempre en beneficio de sus ya multimillonarias ganancias.
Los que protestamos contra la clase política y contra el desmesurado poder de la banca no negamos a las instituciones democráticas sino a la clase privilegiada que se ha formado a su sombra para defender intereses particulares y de partido y olvidándose de los intereses generales. No podemos permitir que nos engañen esos visionarios que hacen una crítica metemiedo y tampoco debemos tener en cuenta a los iluminados que hacen llamamientos sin poner el énfasis en la característica pacífica y solidaria que ha definido a este movimiento.
Violentos los tenemos en casa, en la aulas, en la calle y, desgraciadamente y muy posiblemente, en la política aunque en este caso se nos muestren con piel de cordero cara a la galería. Debemos condenar y alejar a todo tipo de violentos por el bien común e igual que no debe estar en la calle un maltratador de género tampoco debemos permitir campar a sus anchas a los matones y a los indeseables que siempre actúan para dejar su triste y anacrónico sello. Hoy en día la paz y el diálogo son la única vía que nos puede permitir el acceso a una sociedad mejor, más justa y más comprometida.
Se habla de que nos manifestamos en contra de nuestra democracia, tan deseada por aquellos que no la disfrutan por padecer terribles dictaduras, y eso es una mentira con mayúsculas. Estamos contra esos que gobiernan en la democracia y que toman decisiones que soslayan el bienestar social, los que atentan contra el bien que aporta la sanidad o la educación. Es encomiable y admirable ver como los ciudadanos, en cualquier parte del mundo, salen a las calles para protestar contra los abusos, la opresión, la violencia o los atracos de los que gobiernan y un ejemplo de ello lo tenemos en los países árabes o en China en donde las personas protestan sin el amparo de la democracia arriesgándose a perder el bien tan preciado de la libertad o de la misma existencia. No es lo mismo manifestarnos en el amparo que nos posibilita la democracia que en la jungla, llena de víboras y animales que se alimentan de sangre, de las crueles y sanguinarias dictaduras.