Navidad

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En estas fiestas en las que todo es luz y algarabía, gente en la calle, compras necesarias e innecesarias, la mayoría, reuniones familiares, de empresa, de antiguos amigos y tantas más. Regalos inesperados como el que recibí esta mañana, con postal familiar incluida, que me hizo recordar aquellos años, ya alejados y añejos, en que el campo, rodeados de paisajes apenas modificados por la acción del ser humano, los docentes recibíamos algo más que regalos: trozos de cariño, pedazos de cielo, besos de terciopelo, dulzura natural o almíbar casero eran los bienes que nos cedían, todos envueltos en amor y reconocimiento al maestro. De aquellos años me queda, además, la abrazadora y cálida amistad que hace que estén vivos aquellos momentos y más, si cabe, en estas fiestas tan entrañables pero, a la vez, tan llenas de recuerdos y vivencias, tan diversas según las circunstancias de poder, o no, contar con la presencia física de todos los seres queridos.
Entre los muchos errores que cometemos los seres humanos están siempre, en primer lugar, los míos. El último de ellos fue el pedirle, en mi ignorancia, que escribieran en el cuaderno algo que tuviera relación con la Navidad. El resultado final de aquellos escritos sólo se socializaría en el caso de que se deseara. Unos, los menos, optaron por leerlo al resto de la clase mientras otros, la mayoría, decidió no compartirlo y de esos, casi la totalidad, se lo dejaba leer, de forma exclusiva, a su profesor. Fue una actividad muy emotiva que no pudo evitar las tristezas de algunos y algunas, incluido mi pérdida de cimientos que hicieron que me sentara para evitar la caída.
Un alumno me comentaba que el mejor regalo de Navidad sería el poder tener presentes en estas fiestas a los que están y a los que no están y, con lágrimas en sus lindos ojos, me comentó la partida de su padre, hacía el lugar del que nunca se vuelve, al que echa muchísimo de menos. No tuve ningún tipo de respuesta oral pero sí el del abrazo que intentaba decirle tantas cosas y no podía. Más tarde se acercó una alumna que me transmitía su deseo de que este año pudiera ver a su papá, muy alejado físicamente debido a que vive en otro país, porque siempre soñaba que venía pero nunca lo había hecho. Pedía el regalo de que, como este año tampoco le iba a ver, el próximo fuera posible hacer realidad su sueño, ya tantas veces repetido y empapado en deseo y necesidad. Otros alumnos pedían, al menos por una vez, ver juntos a su mamá y a su papá o poder disfrutar de sus abuelos que hace tiempo que se habían ido a descansar. La clase terminó en una emoción compartida que hacía que el silencio y la emoción se apoderaran de aquel lugar, otras veces repleto de voces y ruidos. La experiencia no se parecía en nada a aquellas navidades en donde la adusta y dura profesora nos pedía que hiciéramos una redacción sobre la Navidad.
Luego se me hizo presente, sin esperarlo, este poema, posiblemente, como forma de paliar mi tristeza y abatimiento.


Me asomé a los ventanales,
pude apreciar la inmensidad
y, de repente, la lluvia
torrencial e inevitable.
Busqué cobijo, entre algodones,
más no lo encontré.
Me empapó y caló
en todo mi ser, sin piedad.
Quise que parara,
pero no amainaba,
aquella pertinaz caída.
Me abatió, de repente,
y pasé mis manos
ante aquella cortina
y, totalmente empapadas,
cayeron en aquel saco,
lúgubre y oscuro,
que no dejó aflorar
los sentimientos agonistas
que se vieron atrapados,

para siempre, en mí.

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