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Sobre educación, competencias básicas y currículo.

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¡Ven! , a robar las delicias que el tiempo nos ofrece,

en tanto que duremos, y mientras que nos queden

esperanzas de vida.

Que si pasa la aurora a nuestro lado, pero no nos

despierta,

no nos despertarán la ciencia ni el dinero.

 

Este comienzo de un poema del poeta libanés, nacido en el año 1889 y posteriormente afincado en Nueva York, Iliya Abu Madi, me ha llevado a escribir sobre la educación y las competencias básicas que se quieren imponer con calzador y sin razonar debidamente lo que ello conlleva. La primera cuestión que me viene a la mente es sobre lo que pretendemos en las aulas. Cuestiones sobre lo que debe primar en educación, si el buen estudiante o la buena persona son discursos que encontramos en las salas de profesores a diario y también las quejas o los piropos, que también los encontramos, sobre el alumnado. He de adelantar que por mi parte lo tengo muy claro porque en todo momento me he dedicado, y seguiré haciéndolo, a formar, en la  medida de lo posible y de mis posibilidades, a buenas personas porque si así lo son estarán en disposición de ser también buenos estudiantes y si no tienen muchas capacidades intelectuales al menos tendrán esas otras tan importantes, o más, que se denominan esfuerzo, constancia, trabajo, solidaridad, comprensión, diálogo, coherencia, escucha positiva...y humanidad.

Sólo voy a reflexionar sobre este aspecto porque si así no lo hiciera me llevaría a escribir algo mucho más largo y no tendría cabida en un artículo de estas características. Volviendo al gran poeta Abu Madi, vemos que nos habla de las maravillas que nos encontramos en el camino y que son ellas las que deben despertar esas competencias, esos valores que llevamos dentro y si así no sucediera tampoco lo hará la ciencia, el dinero o el estudio. El ser buenas personas es algo que se debe fomentar, con insistencia y constancia, desde que nacemos, en el seno de nuestras familias, pero aún más si el ser humano no está dispuesto a aprender, a mejorar y a ser, sencillamente, humano nunca lo será por muy buen estudiante que sea. Se puede ser brillante en matemáticas o en lengua castellana o en latín, por poner algunos ejemplos, pero por muy brillante que seas a nivel de conocimientos sobre determinadas materias ello no te hace valedor de ser una buena persona y por ende no será un ser humano competente en el sentido que ahora se demanda en educación.

La prueba la tenemos en profesionales que defienden que lo prioritario son los contenidos propios de la asignatura que imparte y a ello dedican todo su tiempo y me parece respetable aunque no lo comparta. ¿Qué quiero decir con ello? Simplemente que hay docentes que piensan que en la materia que imparten debe primar la capacidad intelectual e impartir lo máximo posible del currículo que le es propio. El docente, que no necesariamente educador, que así opina hace primar los contenidos propios de su asignatura, manteniendo en un segundo plano o ausente las otras competencias como pueden ser: sensibilidad, respeto, tolerancia, solidaridad, comprensión o empatía, por poner algunos valores relacionados con esas competencias.

Yo creo que la educación no se puede aislar porque la formación que adquirimos se debe hacer patente en nuestros actos de a diario. Una flor está compuesta de muchos pétalos pero la ausencia de pétalos hace que la flor vaya perdiendo belleza y, en un momento, se muestre vacía y fría. La educación, al igual que la flor, no debe presentarse vacía y fría sino que debe ir acompañada de valores fundamentales, de multitud de atractivos pétalos, como la empatía, el respeto, la escucha, la tolerancia, el diálogo, las buenas maneras o el agradecimiento. Ello no quiere decir que el mencionado profesional no sea capaz de poner en práctica esas competencias básicas. Simplemente se trata de que no ve la necesidad de priorizarlas o de fomentarlas en sus horas de docencia. Tampoco quiero decir que no sea una persona capaz, preparada o inteligente porque su actividad así lo demuestra y es por ello que a ese docente no se le puede pedir que imparta ese otro lado de la educación que, según su criterio, poco tiene que ver con el dominio de una materia determinada.

Debería existir en el currículo una asignatura que llevara por título, pudiera ser, HUMANIDAD. En mi caso, junto a mi compañera y amiga Elvira, profesora que atiende a las necesidades específicas de apoyo educativo del centro, dedicamos una hora semanal a abordar aspectos como la tolerancia, el respeto, la solidaridad, la amistad o la cultura de la no violencia. Nos percatamos que esta hora es algo especial, muy motivadora y que da opción a la participación y es algo que el alumnado desea compartir y es por ello que esas competencias básicas que se quieren meter con calzador se convierten en protagonistas y cargadas de beneficios si se abordan desde el deseo de llevarlas a cabo y de socializarlas. Se logra un alumnado más comprometido y con un gran sentimiento de solidaridad y de crítica constructiva y es por ello que se transforma en una necesidad. El profesorado, en su inmensa mayoría, trabaja valores porque desde siempre se han trabajado en educación y esto no es nada novedoso. Lo que es realmente novedoso es hacer trabajar todo tipo de competencias a todos y a cada uno de los docentes cuando ni están preparados, ni lo desean, ni se sienten motivados para ello, simplemente porque creen, con mucha razón, que se puede llevar a cabo en otros espacios y es por ello que no las tienen entre sus prioridades al igual que no las tienen interiorizadas otros grandes profesionales. A un docente distante y poco dialogante, que los hay como en todas las profesiones, que no significa que sea mal docente no se le puede hacer trabajar determinadas competencias básicas porque va contra su forma de ser y de sentir. No todo el mundo es sensible, ni gracioso, ni cercano, ni tolerante, simplemente se trata de ser diferente.

Para terminar este artículo, que no va a ser el último sobre esta cuestión, quiero incidir en la inconveniencia de la confusión entre competencias básicas y preparación académica. Con este ejemplo lo vamos a ver muy claro. Todo educador, en particular, o, en general, todo ser humano que se precie de serlo intentará transmitir que el amor y el respeto a los mayores, a las madres, a los padres, a los abuelos es algo prioritario y fundamental y lo contrario sería una postura enfermiza e inadecuada. Ahora bien no por ello el que piense y actúe de forma diferente, necesariamente, dejará de ser un buen estudiante o en el futuro un profesional dedicado al cuidado de los demás, aunque parezca una incongruencia.

Para explicarlo voy a tomar como instrumento incuestionable un correo electrónico que me hizo llegar, hoy mismo, un amigo. El caso es que van  a ser desahuciadas una madre y una hija por cuestiones económicas pero también leo que la situación se podría salvar si dos hijos de esa señora, que parece ser viven en la misma ciudad, hubieran aportado 150 euros cada uno. Pudiera darse la circunstancia de que, efectivamente, no pudieran pagarlos porque en esta sociedad cada vez son más los que no pueden pero no es el caso porque por lo que puedo leer uno de esos hijos es, nada más y nada menos, médico. Esa insensibilidad, incomprensión, insolidaridad...no hacen que deje de ser médico pero si yo supiera que el médico que me atiende tuviera esas características tendría un cliente menos y si todos así pensaran, por su ignorancia en otras competencias, se vería, muy posiblemente, como uno más de esos millones de parados. En este caso parece ser que se ha formado un profesional ausente de competencias tan básicas como la sensibilidad, comprensión, solidaridad, amor, respeto, tolerancia o la humanidad, entre otras muchas. ¿Son esos los profesionales, o estudiantes, que deseamos para nuestra sociedad? Yo deseo, a más no poder, estudiantes muy bien preparados intelectualmente pero también deseo, de forma prioritaria, un estudiante feliz, solidario, comprometido, justo, regalador de sonrisas, valedor de la justicia y rebosante de humanidad. Si las dos cosas se combinan estaremos hablando del estudiante, y del futuro profesional, que todos deseamos pero si sólo se queda con los contenidos propios de las mal llamadas materias fundamentales, muy posiblemente, tendríamos la desgracia de contar con algunos profesionales insensibles, por la ausencia de esas otras materias fundamentales del currículo,  y creo que nuestro deber es formar ese otro tipo de profesionales que a todos nos enorgullecerían y harían lo imposible por lograr una sociedad más justa y más solidaria. Ese logro es una obligación del estado y del sistema educativo y también de las familias que deben hacer lo imposible por buscar más momentos de encuentros, en esta sociedad tan falta de ellos, e inculcar desde las más tiernas edades unos valores que son los que deben diferenciarnos de los otros seres vivos.

A mi humilde entender la solución pasa por formar no sólo buenos profesionales de educación física, música o psicología, por poner algunos ejemplos, sino que también debemos buscar otros perfiles profesionales en materia educativa relacionados directamente con competencias tan básicas como la sensibilidad y el respeto hacia el entorno, el de poder emocionarnos con una obra de arte, con un bonsái o con un edificio histórico, el ser defensores de la legalidad, el ser críticos con los que nos gobiernan, el saber defender posturas que abracen la verdad y no el interés personal o colectivo, el saber buscar y diferenciar diferente información con las nuevas tecnologías, la utilización racional del factor tiempo, el ser partícipes de una sociedad más justa e igualitaria, el ser defensores y practicantes de la no violencia o el ser respetuosos con las otras culturas y tantos y tantos otros valores que se dan como sabidos e interiorizados y que no lo están tanto.

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