¿Por qué lloraba el abuelo los fines de año?

| No Comments | No TrackBacks

El abuelo se hacía el despistado y de sus lacrimales brotaban, cual manantial repleto de aguas, unas lágrimas que en sus pronunciados surcos parecían unos riachuelos en los que se apetecía nadar y nadar buscando ese horizonte perdido que nunca logré encontrar. Posiblemente el abuelo sí que encontró aquel paraíso perdido y se esmeró en buscar lo que ansiaba encontrar aunque fuera en unos maravillosos sueños que le llevaban a ir de manos con su mamá y su papá y con tantas otras personas queridas desde que tenía uso de razón.

Yo le observaba, curioso  y a la vez intrigado, porque hasta aquel entonces nunca le había visto llorar. De forma curiosa, al año siguiente y al otro y al otro, por las mismas fechas el abuelo lloraba. Aunque intentaba disimularlo todos nos dábamos cuenta de su situación, para él incómoda, porque pienso que se había tenido que aprender de memoria aquella frase que decía "los hombres no lloran" y él creo que se la aplicaba con bastante rigor aunque en esas ocasiones no pudiera evitar aquellos relucientes riachuelos.

En mi infantil ignorancia, lógica de aquel entonces, le pregunté, acariciándole la cara y besándole, pienso que tiernamente, la razón por la que lloraba. No recuerdo con exactitud lo que me contestó pero fue algo así:

-         ¿Por qué lloras abuelo?

-         Por nada, mi niño, cosas de viejos.

-         No me gusta verte llorar.

-         Ya se me pasó. -me contestó acompañándola con una caricia.

Se trataba de estas fechas de fin de año, cuando todos estábamos juntos, comiendo y bebiendo, cantando y bailando alrededor de aquellas mesas plagadas de platos de carne, de papas arrugadas, de truchas de batata y de cabello de ángel, de unos bollos deliciosos que nunca más he podido recobrar su sabor. El abuelo siempre lloraba por fin de año y en aquel entonces no comprendí el significado de sus lágrimas, de su tristeza, oculta tras aquel sombrero negro que colocaba de tal forma que parecía una empalizada por la que no teníamos modo de entrar. A pesar de ello no podía ocultar su estado de ánimo y nunca nos daba una respuesta satisfactoria a nuestra pregunta.

El paso del tiempo, inexorable para todos, ha hecho que aquella pregunta encuentre hoy, con su sentida ausencia, la respuesta que nunca quiso darme. Cumplimos años, sin apenas darnos cuenta, y, por poner un ejemplo, vemos como ya no podemos vernos el pelillo de las orejas o de la nariz sin el auxilio de las gafas. Son señales inequívocas del paso del tiempo, que se resiste a abandonarnos y sí a darnos la mano y conducirnos de forma apresurada hacia no sé dónde. Pienso que ese camino, el que debe andar cada uno, inmaculado e intransitado hasta entonces, se estaba haciendo más palpable, menos misterioso. Todo ello, junto a las grandes ausencias, cada vez más numerosas, hacen que estas fiestas nos aporten, además de luz, de calor, de encuentro, de jolgorio, de besos y abrazos, de golosinas y uvas de la suerte otros componentes que hacen que las lágrimas de abuelo fueran lógicas y, poco a poco, debemos ir preparando respuestas convincentes para los más jóvenes si no queremos dejarles con una pregunta sin contestar por unos largos años pero que, sin quererlo ni desearlo, siempre llegarán puntuales a una cita que no podemos evitar.

No TrackBacks

TrackBack URL: http://dejatusalasvolar.zonalibre.org/cgi-bin/mt-tb.cgi/21758

Leave a comment

About this Entry

This page contains a single entry by Juan Francisco Santana Domínguez published on January 1, 2011 2:27 PM.

Malos tratos y soledad. was the previous entry in this blog.

Educación y lágrimas. is the next entry in this blog.

Find recent content on the main index or look in the archives to find all content.